Publications by Author: Rosales, Juan

2004

WASHINGTON.- "Con las crisis recurrentes que ha vivido en los últimos años, la Argentina no se ha convertido en latinoamericana. Se convirtió en sublatinoamericana."

Este concepto, duro para la estima de los argentinos, parte del profesor Jorge Domínguez, uno de los politicólogos más reconocidos de Estados Unidos sobre cuestiones de América latina, que dirige el Centro de Asuntos Internacionales Weatherhead, de la Universidad de Harvard.

Desde su oficina en el campus de Harvard, ubicado en la ciudad de Cambridge, a pocos kilómetros de Boston, Massachusetts, Domínguez dijo a LA NACION que "debería ser un objetivo optimista de la Argentina llegar a tener resultados tan buenos como Brasil, Chile o México".

"Si se hubieran latinoamericanizado a lo Brasil, Chile o México, las cosas no estarían tan mal", sostuvo el politicólogo respecto de la idea de que, después de las crisis económicas, la Argentina comenzó a parecerse más a los países de América latina que a Europa, como buena parte de la dirigencia argentina repitió por décadas.

"Lo triste del caso argentino es que es peor. El país puede ser comparado con los de la región andina, como Bolivia y Ecuador, que han tenido una experiencia similar a la argentina", dijo el profesor de Harvard.

Domínguez, ciudadano norteamericano de origen cubano, considera que el gobierno del presidente George W. Bush desatendió los problemas de América latina. "La prioridad de Bush para la defensa de los regímenes democráticos y constitucionales en el continente ha sido débil", dijo. Y cuestionó el apoyo norteamericano al derrocamiento de Jean-Bertrand Aristide, en Haití, este año, y la fallida promoción del golpe en Venezuela, en 2002.

"Los últimos dos o tres años han sido un período muy difícil, prácticamente, en todo el continente. Sin embargo, no veo la situación como para llegar a un nivel de pánico, que a veces cunde en discusiones sobre el tema", señaló.

En una radiografía de la región, Domínguez dijo que en Brasil "el proceso electoral introdujo una innovación en América latina, que fue el hecho de que hubo, antes de las elecciones, una negociación entre el FMI y la oposición. El primer caso de ese tipo de negociación ocurrió en Corea del Sur, después de la crisis financiera en 1997. En Brasil tuvo un par de consecuencias importantes. La primera fue la consagración de Lula, porque le ayudó a quitarle su única carta al candidato oficialista, José Serra. De pronto, Lula podía ser elegido con el respaldo del FMI", expresó Domínguez.

"La segunda consecuencia es que en el gobierno de Lula se ha venido cumpliendo el acuerdo con el FMI, que ha tenido dimensiones muy positivas. Por ejemplo, la reforma del sistema de jubilación. Es una especie de matrimonio entre el saneamiento de las cuentas fiscales y la posibilidad de desarrollar un programa de un presidente socialdemócrata", añadió.

Entonces, surge de inmediato la pregunta sobre la Argentina. "En el caso argentino, en el que parecía que todo salía mal, hay cosas que dentro de un contexto terrible no salieron tan mal. No hubo un golpe de Estado. Por la experiencia argentina, no era algo descartable, ya que, en circunstancias parecidas, hace rato que hubieran venido ocurriendo múltiples golpes de Estado. Cuando la frase que pedía «que se vayan todos» calaba en la opinión pública, los únicos que se fueron fueron los radicales, aunque hay un proceso de reconstrucción del Partido Justicialista que no ha terminado, porque el justicialismo siempre se está reconstruyendo. No es posible gobernar sin partidos políticos. Me sorprendería mucho que no se produjera la reconstrucción del radicalismo, ya sea con la forma de la vieja UCR o bajo alguna otra que le permita hacer su tarea opositora de una forma más efectiva."

-¿Cómo hace América latina para salir de estos períodos de estabilidad e inestabilidad, que parecen ser cíclicos?

-Donde, lamentablemente, los ciclos se observan más es en la Argentina. En el caso brasileño, veo que hay un paso al frente. Que el principal candidato de la oposición de izquierda, que había sido derrotado en consecutivas elecciones, de pronto gane y adopte políticas eficaces, tanto en términos económicos como sociales, no es repetir un ciclo: es un paso adelante. En Perú, si bien son lamentables algunos aspectos del comportamiento personal de Toledo, hay pasos institucionales importantes, como la reforma del Poder Judicial, el restablecimiento del poder civil contra la prepotencia de las fuerzas armadas, el crecimiento de la economía, la contención de los niveles de violencia… No veo esto como un ciclo. La expresión cíclica sí les pega a la Argentina y a Bolivia, dos casos en los que se dan estas circunstancias trágicas, y también Ecuador. En los casos de la Argentina y de Bolivia es algo particularmente lamentable, porque si hubiéramos tenido esta conversación hace diez años ambos hubiéramos pensado que por fin esos países habían salido de esos ciclos.

-En el caso argentino, ¿cuál es la raíz de estas repeticiones? ¿Es económica, es un problema de la dirigencia política?

-Lo que voy a decir parecerá, a lo mejor, una gran tontería, aunque no creo que sea así. Parte de lo que ocurre en la Argentina, aunque no es todo, es producto de la mala suerte. Y mala suerte quiere decir algo relativamente preciso: la coincidencia de una serie de factores, no vinculados entre sí, pero que ocurrieron en un mismo instante histórico. La Argentina ejecutó una reforma en su sistema de jubilaciones, con un costo importante, como ocurre en cualquier país del mundo que lo hace. Esto coincide, y no es más que una triste coincidencia, con un retraimiento de la financiación internacional, porque los inversores prefirieron poner sus ahorros en la Bolsa de Nueva York y no en los países en vías de desarrollo, tras la crisis asiática de 1997 y de la rusa de 1998. Otro aspecto coincidente, que no tiene que ver con lo primero, pero sí con lo segundo, es la crisis brasileña de enero de 1999, que azota a la Argentina. Otro factor, analíticamente independiente de los demás, es el aumento del gasto fiscal en las provincias y en el nivel nacional, que tuvo un elemento político, que fue el intento del presidente Menem de buscar otra reelección. Si hubiera ocurrido uno solo de estos distintos elementos coincidentes en el tiempo, no creo que la crisis argentina hubiese sido tan grave. La coincidencia de estos factores, independientes uno de otro, desembocó en una catástrofe.

-El presidente Néstor Kirchner planteó que América latina necesita un Plan Marshall. ¿Es posible o es sólo una quimera?

-No creo que vaya a haber un Plan Marshall. Tampoco creo que sea una retórica presidencial inútil, porque es un buen llamado de atención. Lo que, sin duda, ni la Argentina ni el resto del continente requiere es lo que se podría llamar el Plan O’Neill, que fue otro de los elementos coincidentes y lamentables de la reciente experiencia argentina. Le tocó un secretario del Tesoro de los Estados Unidos que, aun en sus declaraciones públicas, innecesarias, socavó cualquier tipo de medida internacional adoptada por la Argentina en aquel momento. Esto sigue siendo insólito para mí. No porque fuera incorrecto, contrario a los hechos observables de la Argentina en los diez años anteriores, sino porque no parecían servir a ningún propósito de la política exterior de los Estados Unidos. No es menos cierto, por otra parte, que O’Neill era ministro del presidente norteamericano y, por lo tanto, lo suyo sí tuvo un costo real para la Argentina.

-¿Esto no es, entonces, el cambio en el paradigma frente a la asistencia de los países en crisis financieras, del que habla el ministro de Economía, Roberto Lavagna? ¿Era sólo el pensamiento de O’Neill o era una estrategia del gobierno de Bush?

-Me sentiría feliz si pudiera afirmar que hay una estrategia del gobierno de Bush con relación a estos temas en América latina. No creo que haya una estrategia; sí una falta de atención. Bush es un presidente, lógicamente, distraído: una guerra en Irak que no se termina; una elección presidencial que parece ser muy reñida. Creo, y en esto Lavagna tiene razón, que ha ocurrido un cambio de política de Bush con relación a la política tradicional de Estados Unidos, no solamente bajo el mandato de Clinton, sino del padre del actual presidente, George Bush, y, en algunos aspectos, en la segunda presidencia de Ronald Reagan. La segunda presidencia de Reagan tuvo el Plan Baker, para intentar resolver algunos problemas de financiación en América latina y la presidencia del primer Bush arrancó con lo que se llamó el Plan Brady. Si comparamos a Brady con O’Neill, estamos frente a las dos caras de la luna. El primero asumía que, en efecto, la crisis financiera latinoamericana es real, que no puede resolverse sólo pidiéndoles a los países que hagan mayores esfuerzos, sino que parte de la solución debe ser compartida. Ese fue el Plan Brady. Y esto no lo hemos escuchado recientemente.

-¿Qué otras diferencias hay?

-La defensa de la democracia, que fue un elemento importante en la segunda presidencia de Reagan—no en la primera—, en la de Bush padre y en la de Clinton. Limitémonos a los dos Bush y tomemos un político que no es de mi agrado: Jean-Bertrand Aristide. Cuando fue derrocado, en 1991, por un golpe militar en Haití, Bush padre condenó el golpe militar, aplicó las normas de la OEA, impuso sanciones económicas a los golpistas y le dio asilo a Aristide. La actual presidencia de Bush públicamente le dijo a Aristide que se vaya. El apoyo a la democracia bajo la presidencia de Bush padre también se vio con el autogolpe de Alberto Fujimori en Perú. Le dijo que no estaba a favor de esas maniobras y Fujimori tuvo que dar marcha atrás e, inclusive, garantizar el proceso electoral futuro. Esta vez, lo menos que se puede decir con el intento de golpe de 2002 para derrocar al presidente Hugo Chávez es que el gobierno de Bush fue incompetente. Otro caso: la renuncia obligada de Gonzalo Sánchez de Lozada, en Bolivia. Un presidente sudamericano más cercano a los criterios políticos y económicos del actual gobierno de Estados Unidos sería difícil de encontrar. Lo único que Sánchez de Lozada requería era un poco de ayuda financiera y lo que le dieron fueron migajas.

-Es decir que la presidencia de Bush desatiende a América latina y cuando se mete genera problemas…

-Así es. Y la comparación la hacemos con su padre. Si comparamos a Bush uno con Bush dos y observamos el comportamiento frente a la deuda latinoamericana, el apoyo a la democracia, ¡caray!, son dos presidencias muy distintas, a pesar de que muchos de sus integrantes sean los mismos. Uno puede ir repasando los hechos y se da cuenta de que las reglas han cambiado.

-Frente a este esquema, ¿cuál es el futuro que ve en la relación de América latina con Estados Unidos, gane Bush o gane el demócrata John Kerry en noviembre?

-No veo raíces institucionales o políticas para imaginar que una segunda presidencia del actual mandatario sería distinta de la actual. La guerra en Irak tendría otros matices, pero seguiría ocupando buena parte de las prioridades de este presidente. La amenaza terrorista no está por terminar.

-¿Qué cambiaría con un presidente demócrata?

-No supongo que los cambios serían dramáticos. Kerry parece más propenso a acudir a los organismos multilaterales, buscar consensos, la construcción de coaliciones y de ser fiel a sus amigos internacionales. Kerry no ha sido un político que haya dedicado mucha atención a los aspectos financieros internacionales, como el tema de la deuda. De manera que sobre ese tema en particular no estoy muy seguro de que cambie considerablemente, pero tampoco me sorprendería si hubiera un intento de retorno a lo que fue la política de Clinton, del primer Bush y de la última parte del mandato de Reagan. Tendría cierta sensatez decir que ésa es una manera de hacer las cosas mejor de lo que ha ocurrido en los últimos tres años. Sobre la defensa de los regímenes constitucionales, Kerry criticó el comportamiento del gobierno de Bush con relación al derrocamiento de Aristide, no por la defensa de él sino por la decisión de tumbar un régimen democrático.

-Kirchner y Lula han hecho un llamado para que haya cambios en los parámetros de la discusión de los organismos internacionales con los países de América latina. ¿Tiene futuro o es sólo un llamado de atención?

-Parte de lo que se observó en la relación entre el Fondo y Lula, cuando era el candidato de la oposición, sugiere la posibilidad de que el FMI en particular y otros organismos en general estarían dispuestos a discutir diversos aspectos de la relación entre las instituciones financieras internacionales y los países en vías de desarrollo. No creo, sin embargo, que se trate de cambios dramáticos, pero sí de sentarse a discutir sobre temas concretos. La señal más importante fue la negociación del FMI con la oposición brasileña antes de las elecciones.