Publications by Author: Hidalgo, Diego

2002

Reconociendo las dificultades para analizar una situación mundial cada vez más compleja, Mijaíl Gorbachov y yo tratamos de identificar hace apenas un año los principales problemas con los que parecía enfrentarse la humanidad en los albores del siglo XXI. Dejando aparte los medioambientales y el avance del sida y otras enfermedades infecciosas, dos problemas destacaban entre todos: la pobreza y desigualdad crecientes y el hecho de que la tercera ola democrática se hubiera detenido. Los acontecimientos desde el 11 de septiembre de 2001 han añadido tres problemas más, relacionados con los anteriores.

El primero, evidente, es que han aumentado las sensaciones de inseguridad e incertidumbre. Muchas de las certezas que un ciudadano de cualquier país del mundo tenía entonces se han convertido en incógnitas que nos preocupan, angustian o aterran, y que nos hace temer con fundamento que el mundo en el que vivirán nuestros hijos y nietos será mucho más difícil y, desde luego, peor que el nuestro.

El segundo, que añadió el presidente Clinton a mi lista, es "el círculo vicioso que existe en la mayoría de países musulmanes en Oriente Próximo y el Magreb": la escasa educación que reciben las mujeres lleva a tasas elevadas de natalidad, y éstas, a que un porcentaje demasiado elevado de la población sea de niños con escasas posibilidades de integrarse dignamente en la sociedad al llegar a la edad adulta. La mitad femenina de estos niños apenas recibe educación, mientras que la masculina la recibe sólo de organizaciones islámicas que imparten una versión intransigente del Corán. Clinton recordaba que un niño paquistaní de diez años, guapo y de voz dulce, que sabía el Corán de memoria, declaraba que su mayor felicidad cuando fuera mayor sería morir matando a todos los americanos que pudiera. El presidente Clinton opina que este problema, unido a los de la pobreza y crisis democrática, es el principal responsable de la emergencia del terrorismo y la inseguridad.

Hay un tercer problema, que añado a los anteriores, y que podría simplificarse como el de un unilateralismo creciente de Estados Unidos. La lista de temas importantes con grandes diferencias de posición entre su Gobierno y el resto del mundo (como Oriente Próximo, América Latina, la Corte Penal Internacional, el Convenio de Kioto, el sistema antimisiles, el proteccionismo a su sector siderúrgico, su casi nula ayuda externa, etc.) crece aceleradamente; pero estas discrepancias, lejos de incitar a Estados Unidos a reexaminar sus posturas, van acompañadas por una arrogancia cada vez mayor. Creo que los estadounidenses tienen dificultades para ver que la falta de un contrapeso a su poder hegemónico, que no tiene precedentes históricos, y el escaso interés de sus electores por todo lo que ocurre más allá de sus fronteras les está llevando a una política exterior que en lugar de ganar corazones y voluntades en el mundo los está alienando.

Hace dos semanas, el Weatherhead Center for International Affairs, de la Universidad de Harvard, organizó en Talloires, junto al lago de Annecy, una conferencia titulada El futuro de la política exterior de los Estados Unidos. La política del WCFIA de impedir la atribución de las opiniones a los participantes, acertada para estimular su libertad y espontaneidad, me obliga a no hacer citas. Sin embargo, puedo asegurar que la conferencia reunió a unos treinta de los mejores especialistas en relaciones internacionales procedentes de unos veinte países, entre ellos a varios profesores norteamericanos, algunos de ellos demócratas y otros próximos a la Administración de Bush. Creo poder afirmar que casi todos los europeos y asiáticos, y espero que algunos americanos, salimos de Talloires extraordinariamente preocupados por las exposiciones que hicieron personas próximas a la mentalidad del Gobierno de Estados Unidos.

La discusión en la conferencia estuvo dominada por dos análisis, actitudes y predicciones contrapuestas: a) una autoproclamada imperialista, que considera legítimo el intervencionismo de Estados Unidos en cualquier situación de amenaza; b) otra (offshore balancer) aislacionista, que postula que Estados Unidos no debe intervenir, sino enfrentar una contra otra a potencias regionales para que se controlen o eliminen entre sí (ejemplos, Irán contra Irak, India contra Pakistán, China contra Rusia o contra Japón). Ambas posturas son unilateralistas; están basadas en la aplastante superioridad militar de Estados Unidos y ninguna considera necesario ningún tipo de coalición o consenso internacional, ni la participación de un organismo multilateral como las Naciones Unidas, ni siquiera la aquiescencia previa de la Unión Europea y de otros antiguos aliados de Estados Unidos, a quienes se considera irrelevantes.

La postura imperialista ha acogido con entusiasmo los discursos del presidente Bush, que, tras la reacción moderada inmediatamente después del 11 de septiembre, han crecido en belicosidad a lo largo de 2002; al del Eje del Mal del Estado de la Unión ha sucedido el reciente de West Point, en el que Bush considera un error esperar a que las amenazas militares o terroristas se materialicen y considera legítimo el derecho a iniciar ataques y guerras preventivas. La doctrina de la necesidad de efectivos militares se puede resumir en un "4+2+1". El 4 representa el número de lugares en los que Estados Unidos debe ser capaz de ejercer su poder disuasivo. El 2 representa el número de guerras simultáneas (por ejemplo, Irak y Corea del Norte), y el 1, la capacidad de Estados Unidos de forzar un cambio de régimen, lo cual presupone la necesidad de ocupar ese país por un ejército terrestre. Naturalmente, esta postura defiende incrementos presupuestarios importantes en un momento en el que el superávit se ha convertido en serio déficit y en una coyuntura económica desfavorable.

La postura aislacionista tiene tres premisas basadas en la vieja doctrina de Monroe, que ha regido la política exterior de Estados Unidos durante más de siglo y medio. Estados Unidos debe a) establecer su hegemonía regional en las Américas, b) vigilar para que ninguna potencia domine de igual manera en Europa o en Asia y c) tratar con esas potencias rivales sólo si otras demuestran ser incapaces de controlarlas. Por ejemplo, es esencial que ninguna potencia local (Irán o Irak) predomine en el golfo Pérsico amenazando el acceso al petróleo de la zona. "A los americanos no les gusta perder vidas". EE UU debe intervenir sólo en caso de extrema necesidad: la amenaza directa de una potencia rival.

Mis reflexiones durante esta discusión entre dos posturas "alucinantes", que dirían mis hijos, pero "realistas" y reales, me llevaron a varias observaciones y conclusiones. Primero, tras el 11-S cabían dos preguntas: 1) ¿quién nos ha hecho esto?, y 2) ¿por qué? Plantear sólo la primera conduce a la paranoia, y sólo la segunda lleva a las verdaderas causas—es decir, a los problemas enumerados al principio de este artículo—y supone un paso hacia las soluciones. Mi temor es que muchos analistas se han quedado en la primera pregunta. No analizar las causas que llevan a personas a morir matando por una causa y creer que el problema se puede solucionar por métodos militares es ignorar las lecciones de la historia.

Segundo, fue muy revelador que en una conferencia sobre política exterior se hablara exclusivamente de intereses, temas militares y de seguridad, y en ningún momento de valores, solidaridad, ayuda, apertura de mercados, diplomacia y paz.

Tercero, América Latina y África no fueron tema de discusión. Igual que noviembre de 1989, fecha de la caída del muro de Berlín, supuso la marginalización definitiva para África, el 11 de septiembre lo ha supuesto para América Latina.

Por último, los europeos y asiáticos y algunos de los americanos alejados del poder proclamamos nuestra preocupación. Casi todos opinamos que un Estados Unidos aislacionista es más peligroso que uno intervencionista. En todo caso, el predominio de intereses sobre valores, de temas militares sobre económicos y diplomáticos, de Rumsfeld sobre Powell, de la guerra sobre la paz, indica un divorcio creciente entre Europa y EE.UU. La hora del diálogo entre ambos ha sonado y es, sin embargo, más difícil que nunca.

Diego Hidalgo is a former CFIA Fellow, 1994-1995. He was a Division Chief for Africa at the World Bank (1968-1977), President of FRIDA (1978-1983) and Alianza Editorial in Spain (1983-89) as well as cofounder of EL PAIS.